Venezuela es el
lugar de la improvisación, todos mientras van caminando van inventando un nuevo
error que para colmo ya ha sido probado y se sabía que no funcionaba, pero algo
había que hacer y eso era lo que todos pedían a gritos, pero nadie se acordaba
que ya lo habían utilizado y que
igualmente había producido un estruendoso fracaso.
Hemos probado
cinco controles de cambio y en los últimos cuatro, se ha repetido la historia,
primero se montó por miedo a perder las reservas, después, producto de los
momentos iniciales del control, las reservas se recuperan para luego caer
producto de que todos los nacionales aprenden cómo se hace la trampa y la
ejecutan de una manera eficiente.
Luego el control
se vuelve una trampa interminable, comienzan las discusiones, algunos dicen que
no se puede quitar de un golpe, que hay que hacerlo de manera gradual. Incluso
hay otros tan profundamente desconocedores de la realidad de los mercados que
pontifican: “primero hay que unificar el cambio y después, quizá liberarlo”
Hasta que llega
el FMI y dice: “no señores, el control de cambio se quita de una sola vez” Ahí
todos tragan grueso y respiran lento como si estuviesen en una clase de yoga,
para que ocurra mágicamente lo que siempre ha ocurrido, que fijen donde fijen
el cambio, el precio se caerá como un plátano y haya pocas o muchas reservas,
el banco central comenzará a llenarse de reservas.
Así ha sido la
historia y no tiene por qué ser distinta. Eso sí, los discípulos de don Simón Rodríguez
creen que aquí todo hay que inventarlo, que Venezuela es un país especial, pero
se equivocan el agua tibia ya se inventó o no hay nada nuevo bajo el sol. Los
controles de cambio ya pasaron de moda, porque la gente seria entendió que era
una forma de inventar y errar, pero todo al mismo tiempo.
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