Yo soy educado en el catolicismo, mi padre era
cristiano maronita, por tanto oriental, de una iglesia donde los curas se
casaban, antes de aceptar el su afiliación al Vaticano y por tanto al Concilio
de Elvira en los primeros años del siglo XX cuando Francia entró en el Líbano y
acabó con la cruel hegemonía del imperio otomano. Hay personas que me han oído
comentar que el catolicismo oriental comprende que la riqueza es una bendición
de Dios, que incluso los sacerdotes maronitas asumen que una parte de su labor
es arbitrar en los conflictos que se presentan entre los hermanos maronitas en
las relaciones comerciales y las de préstamo y depósito. Porque entendemos a
cabalidad que la parábola de los talentos condena al siervo haragán que enterró
el talento para no arriesgarlo y su señor le dijo “ Siervo
malo y negligente, sabías que siego donde no sembré, y que recojo donde no
esparcí. Por tanto, debías haber dado mi dinero a los banqueros, y al venir yo,
hubiera recibido lo que es mío con los intereses. Quitadle, pues, el talento, y
dadlo al que tiene diez talentos. Porque al que tiene, le será dado, y tendrá
más; y al que no tiene, aun lo que tiene le será quitado. Y al siervo inútil
echadle en las tinieblas de afuera; allí será el llanto y el crujir de
dientes.” (Mt 25: 14-30) No estamos anotando que en esa misma parábola los
buenos discípulos son los que duplican el patrimonio, es decir que lo hacen
rendir el 100%.
Por tanto Mateo sin ningún
prejuicio Aristotélico ni Platónico, descifra la religión como se entiende en
el oriente. Desde Mesopotamia el sacerdote es quien cumple la función del rey
de la ciudad mesopotámica impartiendo justicia, arbitrando entre los mercaderes
y su mercado se encuentra en las puertas del templo (Zigurat) por lo que la
acción de Jesús cuando expulsó a los mercaderes del templo, es un evento
extraño en el entendimiento oriental, si no se comprende en su esencia. En el
templo oriental siempre hubo un mercado y en el templo hebreo es necesario que
existan comerciantes y cambistas; los primeros proveen a los fieles judíos que
vienen a hacer sacrificio y le venden palomas, corderos y otros animales, los
segundos son necesarios porque los romanos estaban acostumbrados a devaluar sus
monedas y éstas no tenían valor homogéneo, esa moneda era inmunda, por tanto,
los sacerdotes no la querían y los cambistas estaban ahí para cambiar la moneda
romana por la moneda del templo. Lo que ocurre es que estos cambistas no eran
privados, eran contratados por los sacerdotes del sanedrín y perjudicaban en el
cambio a los hebreos. Por eso Jesús arroja sus monedas al piso y tumba sus
bancos. (Juan 2: 13-25) Eso, además, será la razón por la que el sanedrín
pensará seriamente en la eliminación de Jesús.
Lo que hace Jesús no es lo que se
espera de un sacerdote oriental. Pero no es tampoco una expresión de
socialismo, es más bien liberal al defender los derechos del pobre hebreo que
viene a hacer sus sacrificios y es perjudicado por estos cambistas que están en
la puerta trabajando en un monopolio impuesto por los sacerdotes, también sería
motivo de condena por nosotros si lo viviéramos en nuestra realidad.
Son múltiples los ejemplos
económicos en los evangelios y de hecho uno de los mejores es la Parábola del
Tesoro Escondido, donde afirma: "El reino de los cielos es como un tesoro
escondido en un campo.
Cuando un hombre lo descubrió, lo volvió a esconder, y lleno de
alegría fue y vendió todo lo que tenía y compró ese campo".
(Mateo 13:44-46) Uno podría preguntarse entonces, es buena acción ocultar el tesoro y comprárselo al dueño sin decirle en tu campo hay un tesoro escondido. Pues parece que esa es la imagen que ofrece el evangelio.
Cuando un hombre lo descubrió, lo volvió a esconder, y lleno de
alegría fue y vendió todo lo que tenía y compró ese campo".
(Mateo 13:44-46) Uno podría preguntarse entonces, es buena acción ocultar el tesoro y comprárselo al dueño sin decirle en tu campo hay un tesoro escondido. Pues parece que esa es la imagen que ofrece el evangelio.
Además podemos traer a colación la parábola del
dueño del campo que contrata a unos jornaleros (Mateo 20: 1-16) para que
trabajaran en su viña y acordó con ellos un denario por el día de trabajo, y el
señor al ver que era mucho el trabajo, partió al medio día de nuevo al poblado
a buscar más trabajadores y les ofreció que les iba a pagar lo mismo (un
denario) por medio día de trabajo. A los trabajadores inicialmente contratados,
les pareció injusto y le dijeron al señor que ellos habían trabajado más y que
por tanto no debían recibir lo mismo que los otros y el señor le dijo: “Amigo, no te
hago ninguna injusticia. ¿No nos ajustamos en un denario? Toma lo tuyo y vete.
Quiero darle a este último igual que a ti. ¿Es que no tengo libertad para hacer
lo que quiera en mis asuntos? ¿O vas a tener tú envidia porque yo soy bueno?
Así, los últimos serán los primeros y los primeros los últimos.” Para alguien
que cree en la libertad de contratos y cree que los trabajadores deben negociar
sus contratos con los empresarios esta parábola es sensacional.
El hombre
es una creatura que ha sobrevivido a las peores catástrofes y que hoy se alza
como baluarte de ser el mayor ejemplo de superioridad racional, pero siempre
está sujeto a la acción serendipítica de la mano invisible. Porque por mucho
que planifique las acciones de sus competidores modifican su decisión y lo
hacen aprender a crear para sobrevivir. De hecho, hoy las ballenas han
sobrevivido a la extinción gracias a la acción de Rockefeller quien consiguió
sustituir el aceite de ballena por el kerosene y luego de ello, ningún
ecologista ha salvado ninguna ballena, ningún ecologista ha salvado más nada
que el presupuesto de sus gastos que probablemente está lleno de productos que
él mismo dice a los demás que no deben consumir.
Los
intelectuales que no entienden al mercado encuentran en la encíclica “Laudato
Si” un paraíso donde pueden regocijarse en su profundo desconocimiento del ser humano,
la civilización y el mercado. Dentro de este desconocimiento el mismo
Francisco, pontifica sobre algo que no es razón de fe, por tanto incurre en una
falibilidad profunda y magna. Porque su infalibilidad es en asuntos de fe y los
asuntos de la economía son humanos, profundamente humanos, no metafísicos,
aunque la economía tradicional está llena de dogmas de fe que no pueden de
ninguna manera probarse por el intermedio de la auténtica ciencia económica que
es subjetivista, es decir individual y deductiva.
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